miércoles, 23 de mayo de 2018

El Cristo de los Andes

Manuel Chili, un muchacho de origen indígena tenía la capacidad de ir de un lado a otro dentro del templo de La Compañía. Esa agilidad tenía sorprendida a los sacerdotes, quienes eran los encargados del templo.

El Cristo de los Andes
Con el correr de los años, el joven se transformó en un magnífico artista. Tanto así que los jesuitas pidieron hacerse cargo de él (tanto de su alimentación, como de su educación).

El talento del chico era algo que se podía ver a kilómetros de distancia. Por ello, uno de los frailes le pagó un curso de pintura y escultura, para que finalmente emergiera todo su potencial que aún permanecía oculto.

De esa manera fue como surgió el magnífico Caspicara, un brillantísimo artista, quien pasaba más de la mitad del día balanceándose en andamios. Se dice que esa actividad fue la que poco a poco desencadenó en él pavor a las alturas.

Su miedo era tan profundo que a veces mantenía sus ojos cerrados por largos periodos hasta que lograba calmarse y así poder continuar con su trabajo. Sin embargo, si por alguna razón el capellán de la iglesia lo llegaba a ver de ese modo, de inmediato lo reprendía, pues pensaba que Manuel estaba descansando en vez de ponerse a trabajar.

Pese a eso, el prestigio del artista indígena se esparció por varios lugares de Sudamérica, llegando incluso a los países vecinos. Es decir, a Venezuela y Colombia.

Las obras que se conservan de él en la actualidad, no tienen un precio establecido, pues se trata de piezas únicas de incalculable valor. Lo malo de esta historia es que como casi todos los artistas famosos de épocas antiguas, el pobre Manuel murió prácticamente abandonado en un hospicio.

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