miércoles, 23 de mayo de 2018

El Penacho de Atahualpa



Dice la leyenda que una vez que murió el último de los Shyri, (así es como se nombraba a los Jefes indígenas que gobernaban Quito), los moradores elevaron al trono a la hija de éste, cuyo nombre era Pacha.





Posteriormente, el conquistador Huayna Cápac, acudió para reunirse con la soberana en son de paz. Pacha escuchó atentamente las palabras del extranjero.


Por su parte, el hombre quedó enamorado perdidamente de la joven princesa. Al poco tiempo ambos se casaron y comenzaron a vivir en el palacio real. En ese lugar fue donde nació el príncipe de nombre Atahualpa.


Atahualpa obedecía todas y cada una de las reglas que le imponía su padre. Una bella tarde, el chico paseaba por las cercanías del palacio cuando de momento vio a una hermosa guacamaya de llamativos colores.


Inmediatamente sacó su arco y flecha y mató al ave de un certero tiro. Feliz por lo que había hecho, corrió enseñarle a su madre a la guacamaya muerta. La reina se molestó mucho y le recordó:


– A los únicos que nos está permitido matar es a los enemigos, pues ellos cuentan con armas para defenderse de nuestros ataques. Sin embargo, las aves sólo están en este mundo con el propósito de adornarlo con sus bellos plumajes.


Luego de decir esas palabras, Pacha tomó una de las plumas del ave muerta y la agregó al penacho de su hijo, como un recordatorio de que no se debe matar a ninguna criatura sólo por placer.

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