miércoles, 24 de enero de 2018

La Leyenda de Cantuña



Cuenta una leyenda muy famosa en la ciudad de Quito, capital del Ecuador, que en los tiempos de la Colonia existió un indio muy famoso por ser descendiente directo del gran guerrero Rumiñahui.
Este indio, llamado Cantuña, tenia mucho poder sobre los demás indígenas de la región. 
Aprovechando esto se comprometió a construir un hermoso y gran atrio para la Iglesia de San Francisco, pero su compromiso con la iglesia fue hacerlo en seis meses, caso contrario no cobraría nada.
El trabajo no era tan fácil, porque tenía que traer los bloques de piedra desde una cantera lejana y aunque los indios se esforzaban, era muy trabajoso cortar los bloques y formar los cuadrados para el atrio y colocarlos.
Cuando el tiempo de entrega de la obra estaba a punto de terminar, Cantuña se hallaba desesperado, y ofrecía entregar loque sea a quien le ayudase a terminar el atrio, qu apenas estaba iniciado.

Sus ofrecimientos llegaron a oídos del demonio, y aprovechando la situación se presentó y le ofreció terminar el atrio esa misma noche, siempre y cuando Cantuña le entregara su alma como pago. Cantuña aceptó, y miles de pequeños diablillos empezaron a trabajar en cuanto la obscuridad cayó en la ciudad.

De pronto Cantuña se dió cuenta de la rapidez con que trabajaban y que su alma estaría destinada a sufrir castigos por toda la eternidad, así que decidió retar al demonio. Cantuña se alejó a una esquina y tomó una piedra, en ella escribió en latín: "Aquel que tome esta piedra y la coloque en su lugar, reconocerá que existe un solo Dios y que está por sobre todas las criaturas del universo".
Cuando el atrio estaba a punto de ser terminado el mismo diablo quiso poner la última piedra, pero al leer lo que esta contenía no pudo hacerlo y así rompió su pacto.

Cantuña guardó la piedra para siempre y nadie pudo completar la obra. Si alguna vez visitas la Plaza de San Francisco, busca cuál es el sitio en donde falta la famosa piedra.

La Dama Tapada


La dama tapadaHay algunos que confunden la leyenda de la dama tapada, con la de la “llorona”. No obstante, es conveniente aclarar que se tratan de dos historias distintas y enseguida explicaremos por qué.
La narración nos cuenta que en Ecuador aparece de vez en cuando una joven delgada a quien nadie le puede ver el rostro, pues invariablemente lo lleva cubierto con un velo.

Viste de manera muy elegante y además porta una sombrilla. Los lugareños dicen que cuando está cerca de algún hombre, el espíritu comienza a emanar un aroma sumamente agradable, a fin de que la víctima se sienta atraído hacia ella y la siga a donde quiera que vaya.
Ese perfume es tan seductor que el individuo que lo huele no sabe hacia dónde se dirige. De esa forma, la dama tapada conduce al sujeto a una zona apartada. Es decir, un lugar en donde no hay ninguna otra persona que lo pueda ayudar.
De momento, la mujer se detiene en medio del camino, se para frente al hombre y descubre su rostro. La víctima al mirar la cara de la dama tapada, queda completamente horrorizado pues se trata de un rostro horripilante en estado de putrefacción.
Instantes después, el agradable perfume se convierte en un olor insoportable, semejante al de cuerpos descomponiéndose. El afectado no puede moverse hasta que su corazón deja de latir por completo.
Un amigo ecuatoriano me contó que son muy pocos aquellos que han tenido la suerte de salvarse del ataque del espectro y poder continuar con su vida de manera normal. Pues muchos de los que lograron huir de esa región del bosque y volver a la civilización, perdieron completamente la razón y fueron recluidos en hospitales de salud mental, debido a la terrible impresión que les causó el observar aquel rostro tan espeluznante.

La Bella Aurora

La Bella Aurora

Esta es otra de las leyendas ecuatorianas, que no podíamos dejar de incluir. El relato empieza en la ciudad de Quito y básicamente se trata de la historia de una bellísima joven a la que todos conocían como Aurora (en algunas versiones se dice que su nombre completo era Bella Aurora).
Era una muchacha que provenía de una familia adinerada, pues sus padres eran personas sumamente influyentes. La vida tanto de ella como de su familia transcurría sin ninguna preocupación, pues tenían todo lo necesario para desempeñar sus actividades tranquilamente.
Como era de suponerse, a la muchacha no le faltaban pretendientes. Es más, ella se daba el lujo de despreciar a la mayoría de los chicos del pueblo, pues como ya dijimos, no requería casarse con nadie para mejorar su estatus.
Una tarde de domingo, la joven salió de su casa en dirección a la Plaza de la Independencia, sitio en el que se llevaban a cabo de manera regular corridas de toros.
La fiesta brava de que el día se desarrollaba en total calma, hasta que de pronto hizo su aparición en el ruedo un enorme toro de pelaje negro, con los ojos inyectados en sangre y vapor saliéndole de la nariz.
El animal corrió hasta la tribuna en donde se encontraba Bella Aurora y se le quedó mirando fijamente. Eso provocó que la muchacha perdiera el conocimiento de inmediato.
Poco después, los padres de la chica la llevaron todavía inconsciente a su domicilio, para que después de reposar un rato en su cama, recobrara el conocimiento.
Bella Aurora despertó luego de un par de horas. Sin embargo, en cuanto abrió los ojos, escuchó un fuerte estruendo y uno de los muros de su dormitorio quedó destrozado por completo.
¡Era el toro negro de la plaza, quien de alguna forma había conseguido seguir el rastro de la joven!
La muchacha quiso gritar y huir de ahí, pero ni la voz, ni sus piernas le respondieron. Luego la bestia la embistió con una furia desmedida, quitándole la vida en cuestión de segundos.
Posteriormente sus padres llegaron a la habitación, mas no pudieron encontrar al animal. Solamente yacía en el piso el cuerpo de su hija fallecida.

La Leyenda del Padre Almeida

El padre Almeida

El padre Almeida 
El padre Almeida es un personaje de las leyendas ecuatorianas del cual se dice que le gustaba salir por las noches sin ser visto para poder tomar un trago de aguardiente.

La manera en la que abandonaba la Iglesia, era un tanto extraña, ya que subía hasta lo alto de una torre y luego se descolgaba hacia la calle. Lo que no todos sabían es que, para arribar a ese lugar, tenía que pararse encima de una estatua de Jesucristo de tamaño natural.

Una noche que planeaba salir a “saciar su sed” se posó encima del brazo y cuando estaba a punto de irse, alcanzó a escuchar una voz que le decía:

– ¿Cuándo será la última vez que hagas esto padre Almeida?

El sacerdote creyó que la voz había sido producto de su imaginación y sin más le contestó:

– Hasta que vuelva a tener ganas de tomar otro trago.

Luego de decir eso, se dirigió a la cantina clandestina en donde bebía y no salió de ahí hasta que estaba completamente borracho.

El cura iba dando tumbos por la calle, hasta que chocó de lleno con unos hombres que llevaban un féretro en camino hacia el cementerio. El féretro cayó a media calle, ocasionando que la tapa se rompiera.

El padre Almeida no podía creer lo que veían sus ojos, el hombre que estaba dentro del ataúd era el mismo.

Sobra decir que de inmediato recobró la sobriedad y en cuanto llegó a su Iglesia le juró al Cristo de la torre que nunca volvería a probar una gota de vino. Desde ese entonces, la gente afirma que el rostro de dicha imagen cambió completamente y que aún hoy en día se puede ver que esboza una sonrisa de satisfacción, pues una de sus ovejas volvió al redil.

sábado, 20 de enero de 2018

La Caja Ronca



Buenas noches a todos los lectores bienvenidos a mi blog ,donde estaré subiendo contenido con las leyendas ecuatorianas populares más terroríficas.

Esta noche empezaré con ...

"La Caja Ronca"


En Ibarra se dice de dos grandes amigos, Manuel y Carlos, a los cuales cierto día se les fue encomendado, por don Martín (papa de Carlos), un encargo el cual consistía en que llegasen hasta cierto potrero, sacasen agua de la asequia, y regasen la sementería de papas de la familia, la cual estaba a punto de echarse a perder. Ya en la noche, muy noche, se les podía encontrar a los dos caminando entre los oscuros callejones, donde a medida que avanzaban, se escuchaba cada vez más intensamente el escalofriante "tararán-tararán". Con los nervios de punta, decidieron ocultarse tras la pared de una casa abandonada, desde donde vivieron una escena que cambiaría sus vidas para siempre... 

Unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas largas apagadas, cruzaron el lugar llevando una carroza montada por un ser temible de curvos cuernos, afilados dientes de lobo, y unos ojos de serpiente que inquietaban hasta el alma del más valiente. Siguiendole, se lo podía ver a un individuo de blanco semblante, casi transparente, que tocaba una especie de tambor, del cual venía el escuchado "tararán-tararán".
He aqui el horror, recordando ciertas historias contadas de boca de sus abulitos y abuelitas, reconocieron el tambor que llevaba aquel ser blanquecino, era nada más ni nada menos que la legendaria caja ronca.

Al ver este objeto tan nombrado por sus abuelos, los dos amigos, muertos de miedo, se desplomaron al instante. Minutos despues, llenos de horror, Carlos y Manuel despertaron, mas la pesadilla no había llegado a su fin. Llevaban consigo, cogidos de la mano, una vela de aquellas que sostenían los seres encapuchados, solo que no eran simples velas, para que no se olvidasen de aquel sueño de horror, dichas velas eran huesos fríos de muerto. Un llanto de desesperación despertó a los pocos vecinos del lugar. En aquel oscuro lugar, encontraron a los dos temblando de pies a cabeza murmurando ciertas palabras inentendibles, las que cesaron después de que las familias Dominguez y Guanoluisa (los vecinos), hicieron todo intento por calmarlos.


Después de ciertas discusiones entre dichas familias, los jóvenes regresaron a casa de don Martín al que le contaron lo ocurrido. Por supuesto, Martín no les creyó ni una palabra, tachandoles así de vagos.

Después del incidente, nunca se volvió a oir el "tararán-tararán" entre las calles de Ibarra, pero la marca de aquella noche de terror, nunca se borrara en Manuel ni en Carlos.Ojala así aprendan a no volver a rondar en la oscuridad a esas horas de la noche.

La Leyenda del sombrero de Panamá

Desde 1630 los sombreros ecuatorianos han cubierto las cabezas de muchos famosos incluyendo a Napoleón, Winston Churchill, Nikita Krustchev...